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La prescripción social o recomendación de activos puede entenderse como el proceso por el cual un profesional de la salud recomienda a un paciente “recursos” de su propia comunidad potencialmente beneficiosos para su salud y bienestar (también denominados “activos en salud”).
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Las iniciativas de prescripción social están estrechamente vinculadas a una concepción de la salud que pone el énfasis en los orígenes del bienestar (modelo salutogénico), en contraposición al tradicional enfoque occidental centrado en la enfermedad y sus causas (modelo patogénico).
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Los programas de prescripción social suelen estar dirigidos a pacientes que acuden a atención primaria, por lo que las recomendaciones suelen provenir de profesionales sanitarios y no sanitarios pertenecientes a dicho nivel asistencial. Sin embargo, la recomendación de activos no es patrimonio exclusivo del ámbito sanitario y puede realizarse desde otras entidades (municipales, asociativas) o la propia ciudadanía.
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Existen diferentes modelos de prescripción social según el nivel de coordinación entre las entidades comunitarias y los servicios sanitarios, los agentes implicados y las características y necesidades de los pacientes y comunidades de referencia (consejo de activos comunitarios, recomendación de un activo específico, recomendación de activos facilitada y avanzada).
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Las iniciativas de prescripción social son enormemente complejas. No solo por la multiplicidad de actores implicados y la existencia de diferentes modelos, sino también (sobre todo) porque se implementan y desarrollan en contextos político-sanitarios donde conviven múltiples (y con frecuencia, enfrentados) intereses y prioridades.
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La evidencia científica sobre la prescripción social requiere de nuevas aproximaciones metodológicas que permitan comprender “cómo”, “para quién” y “en qué contexto” pueden (o no) funcionar.
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Para que la prescripción social pueda responder a las particularidades y necesidades locales, fortalecer las dinámicas comunitarias existentes y mejorar la salud de las personas, debe constituirse de forma ascendente, potenciando en la medida de lo posible la participación comunitaria.
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La apuesta por la prescripción social debería acompañarse de medidas (políticas y presupuestarias) que refuercen los servicios de atención primaria y garanticen la sostenibilidad, suficiencia y calidad de los activos comunitarios en el medio-largo plazo.
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